Todos los países necesitan de algún mito fundacional, algún acontecimiento histórico más o menos edulcorado a partir del cual dotar de legitimidad a un determinado orden nacional o un sistema político. En nuestro caso, el más integrador y eficaz fue, sin duda, la Transición. Pasó a sustituir a aquel erigido sobre la victoria en una guerra fratricida, que a su vez trató de asociarse a una visión de España montada sobre sus supuestas gestas históricas, su homogeneidad y unidad inquebrantable y la identidad católica. Precisamente por eso, por su carácter integrador de un país plural y diverso, la Transición y el orden emanado de la Constitución del 78 fueron vistos siempre como el punto cero a partir del cual ordenar nuestra convivencia.