En este mundo de prisas, mensajes llamativos y agitaciones, conviene cultivar con calma el jardín de nuestras lecturas. A veces un refugio es la mejor ventana al mundo. Oigo noticias, leo, salgo a la calle y aconsejo libros como una forma de saludar. Mientras se amontonan los trabajos y las preocupaciones, tomarse en serio la vida supone sacar tiempo para leer y quedar con los amigos.
La lectura de Bajo las togas (Tusquets, 2025), el libro del fiscal Carlos Castresana, miembro ahora del Tribunal de Cuentas y comisionado de Derechos Humanos de la ONU, demuestra con su capacidad narrativa hasta qué punto los tribunales de justicia tienen que ver con la literatura. Si una creación literaria intenta hablar de la historia de todos al meterse en el interior de la vida de sus personajes, un juicio implica también meterse en la vida de unos personajes para tomar decisiones que afectan a la vida de todos. Carlos Castresana publica un buen libro de cuentos al contarnos casos históricos, verdaderos, que recorren los siglos a través de robos, asesinatos y otras infamias. Y cada caso nos atrapa en la lectura y nos recuerda todo lo que se pone en juego a la hora de contar la vida, hablar de sus protagonistas, de sus víctimas y de ese juez que todos llevamos dentro, incluso al mirar por la ventana o al mirarnos en el espejo.
Se trata de un libro oportuno. Nos invita a respetar la justicia en su justa medida. Hacer justicia es difícil porque se trata de una profesión que se mete en la vida de los demás. Los errores y los aciertos tienen consecuencias que llenan cada palabra y cada argumento de responsabilidad. Y queda claro, además, que a lo largo de la historia importa en cada contexto la decencia personal. Hay quien busca la verdad y quien se adapta, por comodidad o por interés propio, a la mentira. Bajo las togas de los juristas se esconde a veces la daga de los asesinos, nos recuerda el libro.