En 1973 pasaron muchas cosas. Luis Buñuel ganó un Oscar, se inauguraron las Torres Gemelas en Estados Unidos, se firmaron los acuerdos de paz de la Guerra de Vietnam y Reino Unido entró en lo que entonces se llamaba Comunidad Económica Europea. Ese año, aunque no quede constancia de ello en ninguna lista de grandes efemérides, nació el cantautor Quique González en Madrid.
Más de 50 años después y con 14 discos a sus espaldas, González ha publicado su nuevo trabajo, que lleva por nombre el año de su nacimiento. El cantante lo presentó en un encuentro exclusivo con suscriptores de EL PAÍS en la sala Gayarre del Teatro Real de Madrid.
“Ya puedo decir que he tocado en el Teatro Real”, dijo entre risas al finalizar la primera canción que interpretó, Preguntas sencillas. Siguiendo el formato de los encuentros, se enfrentó a las preguntas del periodista musical Fernando Navarro, a quien conoce desde hace años.
Aunque finalmente optó por 1973 como título, el disco estuvo a punto de llamarse Caja de herramientas, en honor a otra de las canciones. Útiles necesarios para una generación que necesita reubicarse “en estos tiempos digitales y con un volumen de información inabarcable”. Y es que 1973, como cabría de esperar, apela a sus contemporáneos, a quienes canta sobre amistad, pérdida y ese sentimiento de sentirse fuera de lugar.
González se refiere a ello como “fuera de la pista” o ser “de la vieja escuela”, y se reconoce en ese lugar tanto a nivel musical como personal. En el terreno profesional sigue apostando por trabajar con músicos e instrumentos en un estudio y recurrir a sintetizadores solo esporádicamente: “Habrá gente de 20 años a la que le sorprenda ver músicos en los conciertos”. El comentario desató una carcajada entre el público, pero él aclaró que lo decía “en serio” y añadió: “Me gusta la química de cinco personas en un escenario con un porcentaje de riesgos, sin que esté todo secuenciado como mucha gente hace ahora, lo respeto, pero no es para mí”.
También está “felizmente” fuera de la pista de la industria. González se alejó del mundo de las discográficas casi desde sus inicios, para poder trabajar de forma libre e independiente. Ahora, décadas después, se reafirma en su situación: “Nunca me ha interesado el showbusiness, me parece más interesante tomarme una cerveza después de un concierto con los técnicos y con mi banda que con un tío de una compañía”.
Pero la libertad de creación viene aparejada con algunos riesgos, y ha sido con este disco, el decimoquinto, con el que ha experimentado una situación que no había vivido nunca: “Tuvimos que volver a grabar la mitad del disco”, declaró. González y su productor, Toni Brunet, decidieron contar con el ingeniero de sonido Mark Howard, a quien admiraban platónicamente por sus trabajos con Bob Dylan o Tom Waits. Desgraciadamente no se entendieron y, al finalizar las grabaciones en Granada, llegaron a la conclusión de que el resultado “no llegaba a tener el nivel y la magia” que esperaban. Volvieron a Madrid y regrabaron los temas que no les convencían de nuevo, con el correspondiente “roto” económico y una gran devastación. A toro pasado, González le resta importancia porque es algo que “le ha pasado a todo el mundo” y solo era cuestión de tiempo que le tuviera que tocar a él.
Una vez sorteados todos los peligros, 1973 vio la luz el pasado 3 de octubre en forma de 11 canciones que durante 48 minutos hablan también de la conexión con la naturaleza y en el que el artista se ha permitido “jugar” con los sonidos. Por primera vez, ha introducido unos pequeños toques de góspel en dos de las canciones y confesó que este tipo de detalles le permitían seguir innovado después de tantos años de dedicación al oficio.
Como es habitual en los encuentros de EL PAÍS, el público tuvo la oportunidad de realizar preguntas a su ídolo al término de la conversación. Algunos de ellos habían venido desde Granada o Toledo. El proceso de composición fue, precisamente, uno de los temas por los que preguntaron. González reconoció no tener un método único, pero sí tiende a componer “obsesivamente durante días” hasta que logra un resultado que cree que “merece la pena”. Para ello, necesita estar aislado, algo que le resulta más sencillo desde que se mudó a Cantabria y se alejó del ruido urbano madrileño.
Sus fans también quisieron saber cómo logra no caer en repeticiones después de más de 25 años en el oficio. “Es una lucha que tienen los poetas y los músicos también”, reconoció, “hay que estar alerta, que no te suene demasiado a otras cosas, pero también hay otra parte que te tiene que dar igual”.
Otra seguidora, dejándose llevar por el gusto musical de González, quiso que le recomendara un libro y una película. ¿Sus escogidas? Perfect Days de Wim Wenders y Los seres queridos de Jorge Alacid.