Diciembre no es solo abetos, compras y villancicos: también puede ser una excusa para regalar tiempo. Antes de que arranque el maratón navideño, tres direcciones en Madrid que invitan a bajar el ritmo o, al menos, a salir de la rutina. Un recorrido sensorial sin móviles ni artificios, una cena con vinos naturales que no va de postureo y un nuevo restaurante-parque temático donde el cielo es rosa, la fruta se come en plato y las copas también cuentan historias.
Unos baños en pleno centro de la ciudad
Ni spa, ni hammam, ni club de salud: Riela (Barquillo, 39) es otra cosa. Un baño contemporáneo pensado para hacer una pausa en medio del ruido. Sauna seca, vapor con eucalipto, piscina caliente, baños de hielo y un lounge sin móviles donde a veces la gente se queda en silencio durante una hora. El recorrido, limitado a 20 personas, cambia según el momento del día: por las mañanas es casi meditativo; por la tarde, más social. El concepto nació en Nueva York y se instaló en Madrid con una idea clara: superar los spas caros y mal diseñados, con la sauna fría y el agua a temperatura incorrecta. “Recordé algo que me contaba mi padre: la riela, el reflejo de la luna en el mar. Quise traer esa sensación de calma a la ciudad”, cuenta su dueño.

Nada en el espacio es decorativo: los materiales son nobles, los ruidos se apagan y no hay tratamientos cosméticos, solo calor, frío y tiempo. El público llega con curiosidad y repite por agradecimiento. Algunos lo han incorporado como rutina semanal. Para completar el plan: paseo por Justicia o café sin prisa por el barrio. Para qué correr. Tique medio: 33-38 euros.
Un bar de vinos nocturno
Un wine bar nocturno, con cocina de temporada y una terraza escondida bajo un arce. En eso consiste FIVE (Calle Calderón de la Barca 8,), el nuevo proyecto de los fundadores de FOUR, que llegaron al vino natural desde el café de especialidad y una carta de brunch que aún se recuerda. “Vimos que en Madrid había bares de vino natural sin cocina y restaurantes con vino natural solo por la moda. En FIVE queremos ser un bar, donde el punto de encuentro sea el vino, pero quieras volver por la comida”, aseguran.

La idea: ofrecer vinos finos y platos sencillos, sin disfraz, en un ambiente que se parece más a una casa que a un restaurante. Nada de copas de tendencia ni etiquetas estridentes: “Trabajamos con viticultores que conocen su tierra. No es una moda, es lo que bebemos en casa”.
Dentro, luces bajas, mesas pequeñas y cubertería de bistró francés. Fuera, una plaza tranquila en pleno centro. En carta: escabeches, conservas, brasas, verduras con protagonismo y fermentos que marcan la diferencia. Sophie, su chef, ha pasado por cocinas de Londres como Little Duck The Picklery, especializadas en producto vivo y recetas sin atrezzo. Aquí no se viene a probarlo todo: se viene a querer volver. Se recomienda reservar, aunque suelen guardar alguna mesa para espontáneos. Tique medio: entre 20 y 50 euros.
Una cena muy cuqui
Séptimo local del grupo Rosi La Loca World y probablemente el más personal. Chic (Calle de Cádiz,7) es su versión de un edén: rosa, recargado y tentador. Entran primero los ojos y luego la galería del móvil. En el techo hay nubes, en el suelo ágata verde, en las paredes serpientes, cuarzo rosa y escenas que rozan el delirio barroco. El efecto wow no espera al primer plato: aparece nada más cruzar la puerta. Todo lo que hay dentro —vajilla, lámparas, esculturas, cócteles— lo ha imaginado el propio equipo, sin estudios de diseño detrás.
En carta, platos icónicos del grupo —las bravas premiadas, la hamburguesa wagyu, el falso risotto trufado— conviven con nuevas incorporaciones como el tartar de remolacha con helado de piparra o la stracciatella con pera. Todo pensado para comer con los ojos, el paladar y algo más. También hay cócteles con y sin pecado: el Cielo del Edén cambia de color y el Jaguar de Rosi mezcla tequila y gin como si no fuera cosa seria. La intención no es solo dar de comer: es crear una experiencia. Y eso, para bien o para mal, aquí no falta.