En lo profundo del sur de Chile, escondido entre nieblas y bosques ancestrales, vive un ser que ha visto nacer civilizaciones y desaparecer imperios. Se trata del “Gran Abuelo”, un alerce milenario que, con más de 5.000 años de vida, es considerado el árbol más antiguo del planeta. Sin embargo, su existencia corre peligro.
El Gran Abuelo se encuentra en el Parque Nacional Alerce Costero, en la Región de Los Ríos. El tronco del árbol de cuatro metros de diámetro y su imponente altura de 60 metros lo convierten en un testimonio viviente de la historia natural. Pero su tamaño no lo ha protegido del desgaste ambiental. Los científicos advierten que su hábitat está siendo alterado por las altas temperaturas, las lluvias irregulares y el crecimiento de visitantes que no siempre respetan las reglas del parque.
Estudios recientes estiman que este ejemplar tiene más de 5.400 años, una cifra que lo convierte en más longevo que las pirámides de Egipto o que la invención de la escritura. Su edad se confirmó a través de técnicas de datación y análisis del núcleo de su tronco, sin necesidad de cortarlo.
Turismo, ¿bendición o amenaza?
Ver al Gran Abuelo es una experiencia única. Llegar hasta él requiere un trekking de dificultad media por senderos rodeados de helechos y alerces centenarios. Pero el creciente flujo turístico, muchas veces sin control, ha comenzado a erosionar el suelo que lo rodea. Las raíces expuestas y la compactación del terreno ponen en riesgo su estabilidad.
Por esta razón, se ha limitado el ingreso diario a grupos pequeños y siempre acompañados por guardaparques. Aun así, los expertos advierten que si no se refuerzan las medidas de protección, este ícono de la biodiversidad podría no sobrevivir al siglo XXI.
Un símbolo que nos interpela
Más que un árbol, el Gran Abuelo es un símbolo de la resistencia y la fragilidad de la naturaleza. En un mundo donde lo efímero es norma, su presencia es un recordatorio de que existen tiempos más antiguos que el nuestro, y que somos responsables de preservarlos. Su desaparición sería una pérdida no solo para Chile, sino para toda la humanidad.
Protegerlo implica más que un gesto ambiental: es un acto ético frente a las futuras generaciones. El llamado es claro: visitar, contemplar y respetar, porque si no se actúa ahora, el árbol más viejo del mundo podría convertirse en una leyenda del pasado.